Antonio Soler ha sido reconocido, entre otros, con los premios Primavera, Nadal y dos veces el Nacional de la Crítica. Acaba de publicar El día del lobo, una novela con aroma a cuento y armazón de memorias familiares. En este nuevo trabajo recoge uno de los sucesos más estremecedores de la Guerra Civil española: el asesinato de miles de personas que trataban de escapar de Málaga en febrero de 1937.

Parece que en este país hay un problema con las historias ambientadas en la Guerra Civil.

Quizás porque tras un tiempo de mucho silencio llegó la época de recuperar esa memoria.

Después de esa proliferación, quedó un poco la sensación de que ya estaba todo dicho o que una nueva novela más, ¿qué podía aportar a ese conflicto?

Creo que es una visión errónea. En los últimos veinticinco años se han escrito algunas novelas muy interesantes sobre ese periodo, enfocándolo desde puntos de vista muy diferentes.

Ayer no más (2012) de Andres Trapiello, hablando del padre falangista, o Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas. Existen muchas posibilidades y matices. ¡Hay tantas historias íntimas trastornadas!

Como la de su madre, obligada a cambiar de nombre.

Mi abuelo, socialista utópico, le puso de nombre Libertad y mi madre, durante los primeros dieciocho años de su vida, se llamaba así. Pero cuando tiene que volver a la Málaga franquista ya no se puede llamar Libertad, por mera supervivencia. Entonces decide cambiarse el nombre, ya no hay libertad. Es muy simbólico. Y siempre fue Carmen. Cuando llega la democracia resultaba ya un poco raro volver a cambiarse el nombre, pero íntimamente ella siempre fue Libertad.

Resulta arriesgado contar una tragedia como si fuese un cuento.

Elegí la opción del cuento porque la primera informante de parte de lo que narro fue mi abuela. De niño, al enterarme que mi familia, esa gente que me rodeaba, había estado en la guerra, aparecieron las preguntas. ¿Cómo era la guerra? ¿Cómo lo vivisteis? ¿De que modo salisteis de allí? Ese detonante de curiosidad primera, y espanto, me vino de niño y la información llegó desde la voz de mi abuela. Por eso elegí la fórmula clásica de “Había una vez…” para iniciar el libro. Y ese eco de los cuentos aparece, de vez en cuando, a lo largo de la novela, sin batallitas ni ñoñerías. Pero sí ese poso de la transmisión oral y el simbolismo del propio título: el lobo en los cuentos infantiles es la encarnación del mal absoluto y en esta historia hubo mucho lobo suelto.

¿Cómo es posible que hayamos borrado un hecho en el que se estima que murieron entre cuatro mil y seis mil personas en un par de días?

Por un lado, el ejército que comete esa barbaridad trata de minimizarla, dicen que entre los civiles iban muchos componentes del ejército republicano. La República, que tendría que ser el altavoz de lo sucedido tiende también al silencio. En esos días de febrero de 1937 a la población de Málaga se le está diciendo, continuamente desde la autoridad civil y militar, que no se preocupen, que la ciudad va a ser defendida, que se está preparando todo para una defensa ordenada. Al mismo tiempo, ellos preparan su retirada, la propia huida. La ciudad queda completamente abandonada y esa sensación permanece en la población. Hay que tener en cuenta que esas autoridades prohíben que se escuche la radio para que no haya alarma, para que no cunda el caos, pero finalmente el caos se produce cuando se sabe que en el Gobierno Civil se están quemando archivos, se está preparando todo para que los altos mandos huyan de la ciudad. Entonces es cuando se produce esa salida masiva e intempestiva, en los últimos momentos, de miles y miles de ciudadanos que sienten que el peligro está ya a las puertas de la ciudad. Claro, la única vía que tienen de escape es la pequeña carretera que va de Málaga a Almería, paralela al mar. Parece que es la huida de la amenaza y se convierte en la encarnación del peligro cuando aparecen tres buques de guerra bombardeando a la población civil. Más tarde, por el aire, primero la aviación italiana y después la alemana. Que sí, que iban algunos milicianos y algún reducto mínimo del ejército, pero masivamente se trataba de población civil.

¿Cuál ha sido el motor para escribir esta novela, la catarsis íntima o el sentimiento de justicia?

Esta historia me ha acompañado desde siempre. La he tenido delante de los ojos, formando parte de mi propia memoria, pero no tomó forma hasta hace un año y pico, conversando con unos amigos editores de Espasa. Hablábamos de la guerra civil, de este episodio, y surgió una pregunta muy fácil: ¿no has pensado nunca en escribir sobre esto? Pues no, les dije.

Pero continué dándole vueltas. Al día siguiente volví a verlos y les dije que el hecho de escribir una novela como tal, haciendo ficción, inventando personajes, no lo acabo de ver. Pero, si tiraba del hilo de los míos y me limitaba a contar lo que sucedió en las dos ramas de la familia, podía tener un libro interesante. Y empecé a trabajar sobre esa idea.

Y sí, una vez que estaba escribiendo, apareció esa sensación, ese sentimiento. No de hacer justicia, pero sí de convertirme en una especie de notario.

Antonio Soler pertenece a la Orden de Caballeros del Finnegans, un grupo formado por varios escritores con un único propósito: venerar la novela Ulises de James Joyce. Yo no la he leído, por respeto y cierto grado de miedo a un texto que muchos definen como complicado.

¿Por qué debo sumergirme en Ulises?

Porque es una herramienta, una especie de recetario para contar historias, para novelar. He sido siempre un apasionado de Marcel Proust y de En busca del tiempo perdido. La diferencia que veo entre esas dos grandes construcciones literarias diría, para representarlo geográficamente, que En busca del tiempo perdido sería como un gran río que abarca una extensión enorme, el Ganges o el Nilo, mientras que el Ulises es una especie de delta con infinidad de torrentes y riachuelos distintos. Decía Eduardo Lago, que es un experto en Ulises, que para un escritor sería como una farmacia donde uno puede decir: quiero contar algo desde la subjetividad más absoluta, aquí está reflejado; quiero narrar las ensoñaciones bajo efectos químicos del alcohol, de las drogas… quiero hablar desde el punto de vista de una mujer, un monólogo interno, una narración objetiva en tercera persona. Todas esas fórmulas expresivas están en Ulises. Y tiene dificultad para leerlo. Algunos capítulos son bastante correosos y se ponen cuesta arriba, pero siempre hay algo por ahí escondido. Un sentido del humor maravilloso, innovaciones, puntos de vista hasta ese momento insospechados. Abre un abanico inmenso para toda la narrativa que vendrá a continuación.

El día del lobo” ha sido editado por Espasa. Las fotografías que ilustran esta entrevista son obra de Julián Rojas y Esto pasa en Galicia.

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