En Días Salvajes, el periodista David Jiménez, nos cuenta cómo un accidente provocado por el joven heredero de una familia de banqueros destroza la vida de tres familias. Este hecho pone de manifiesto una realidad incómoda para los personajes: el sistema protege al poderoso y deja desvalido al inocente. En ese caso, ¿dónde están los límites para que se haga justicia?

El concepto de impunidad está muy presente en la novela.

Creo que cuando estás en la élite, en el top del establishment, disfrutas de dinero, de poder, influencias, contactos, y también de cierta protección, ¿no? Ese establishment que hace que si cometes un error fatal, las posibilidades de que te libres de pagar las consecuencias son menores. De hecho, el libro está inspirado en un caso real. En el año 2013 fue indultado un kamikaze que mató a un chaval de veinticinco años. Después se supo que un despacho de abogados muy importante tenía sus conexiones políticas. Yo soy lo menos conspiranoico que uno se pueda imaginar, pero la realidad es que cuando has estado cerca del poder, y he estado un poquito durante el año que fui director de El Mundo, te das cuenta que hay un poder alternativo, que trabaja en la sombra, y que tiene muchísima influencia en las decisiones que se toman en el país.

Hablando de ese año como director de El Mundo, el libro que recoge esos hechos es una especie de agonía de la ilusión.

Convierten en director a un corresponsal que lleva veinte años pululando por el mundo. El reportero que está en el extranjero no se mancha en el barro del periodismo, vive el oficio de una manera muy romántica que te permite mantener la pureza. Y claro, cuando a ese reportero lo convierten en director, de repente se encuentra con el otro mundo: el del cinismo, los intereses, los favores… Creo que ahí está el interés de El Director (Libros del K.O., 2019): es un libro que alguien que hubiera crecido en una redacción no podría haber escrito porque todo le habría sonado demasiado familiar para que le sorprendiera.

Regresamos a los intereses, a ese mundo oscuro.

Los periodistas hemos hecho un gran esfuerzo para que el lado oscuro de nuestro oficio no se vea, no salga la luz. Una contradicción absoluta: intentas desvelar el lado oscuro de los demás, pero existe una especie de ley del silencio para que no hablemos de lo nuestro. El Director rompió un poco eso para enfado de algunos compañeros.


¿Algún consejo para saltar de la crónica a la novela sin estrellarse?

Adentrarse en la novela siempre es arriesgado. La lista de periodistas que fracasan en la novela es muy larga, en cambio, la de los que superan la transición es corta y poco numerosa. Uno de los problemas está en la estructura. Aquí entras en otra liga y debes saber cómo mantener atrapada la atención del lector. Una de las cosas que más veces me ha dicho mi editor es que me tomase una pausa.

¡Pasan tantas cosas en tus novelas! El ritmo es tan trepidante que, a lo mejor, necesitas dejar que el lector respire.

A veces esa pausa es irte. Salirte un poquito, no mucho. Salirte un poquito para contar esas otras historias que están relacionadas y que ilustran el entorno y la época. Siempre debes hacerlo
con cuidado ya que corres el peligro de desviarte y perder al lector.

¿Es fiel a una estructura?

Envidio a esos autores que tienen una estructura y la dibujan en una pizarra y tienen clarísimo todo lo que va a pasar. Creo que en algunos momentos, eso método es bueno pero yo soy más
caótico. Supongo que se debe a una intención de no ser previsible, de intentar que cuando el lector espera que la historia transcurra por un lado, vayamos hacia otro. Además, al final hay momentos, y quizás sea malo, en el que pierdo un poco el control sobre los personajes, esas criaturas que he creado y que, de repente por alguna razón extraña, te llevan a lugares que ni tú mismo esperabas.

La lectura global resulta amarga.

El dinero siempre gana. Lo contrario sería un poquito irreal. El dinero casi siempre gana y el poder casi siempre gana. Desde el punto de vista del periodista, volviendo a El Director, no me planteo que el director vaya a ganar o que se permitan una serie de cambios que dañen al poder. Pero, por lo menos, vamos a enfrentarles a la verdad y que se sepa cómo ganan y porqué ganan. Es lo mínimo a lo que podemos aspirar. Además, el tiempo está a su favor. Los políticos van y vienen, los periodistas vamos y venimos, pero el dinero permanece. El dinero se hereda y se preserva. Existe una protección y una manera de funcionar para que eso sea, en cierto modo, eterno. Muchas de las grandes fortunas de este país vienen de muy atrás.

¿Cuánto ha tenido que maquillar la realidad?

He tenido que rebajar la realidad. Si contaba la realidad habría quedado demasiado cliché. Ha sido mi gran pelea con este libro. Conozco ese mundo y es un cliché, una parodia en sí mismo. Entonces, si lo describes tal como es, queda demasiado estereotipado. A veces debía rebajar el grado de superficialidad o ese ansia ridículo de poder. Cuando dirigí El Mundo me llamaban presidentes del Ibex, para pedirme que les pusiera una carita con flecha arriba. ¡A esa gente que ganaba quince millones de euros al año y tenía nueve mil empleados, les preocupaba salir con una flecha para arriba en un centímetro del periódico! He intentado retratar el absurdo al que puede llegar ese mundo, haciéndolo lo más realista posible pero, a veces, resulta difícil porque el mundo real suele ser más disparatado que una novela.

Días Salvajes” ha sido editado por Planeta. Las fotografías que ilustran esta entrevista son obra de Javier Ocaña.

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